Javier, es el hijo de mi hermano, va a cumplir en unos días cuatro años y se llama igual que su padre. Como todos los niños es inquieto y preguntón y se acuerda muy bien de todo lo que le dices. El pasado martes subí a Llívia, un precioso pueblo con mucha historia situado en el pirineo y enclavado en pleno territorio francés. Por la tarde, subimos mi cuñada Berta y yo, pues ella hubo de bajar por la mañana a Barcelona en tren por algo de trabajo. Tras comer la pasé a recoger en donde habíamos quedado y después de un par de horas de viaje llegamos al lugar indicado. Ellos han alquilado junto con otros amigos un apartamento para la temporada de esquí, y subieron para descansar del ajetreo de las fiestas navideñas.
Llevé conmigo dos cuentos que les contaba a mis hijos cuando ellos eran pequeños cada noche antes de irse a dormir y se los dejé a sus padres para que se los leyeran. Les tengo mucho cariño a esos cuentos pero quería que los tuvieran ellos, es un regalo que les hago en vida, siempre es más bonito regalar las cosas en vida, ¿no crees?. Antes de que mi sobrinito se fuera a dormir le prometí que por la mañana iríamos al parque y a dar una vuelta él y yo solos, y el me dijo: "vale, tío chiqui". Dormimos en la misma habitación y cuando me despertaba le acariciaba sin que se diera cuenta, él me estaba haciendo retornar a los años en que viví esa etapa de mi vida con mis hijos. Yo me levanté pronto y como suelo hacer muchos días salí a caminar, a sentir el nuevo día... ese regalo que los que estamos todavía con VIDA recibimos cada día y que muchas veces no sabemos apreciar, andamos tan distraidos con nuestros problemas, con nuestras cosas...
Cuando vine tu ya estabas despierto, traje un trozo de coca para el desayuno, acabastes rápido y te vestiste rápido también, pues como muy bien recordabas íbamos a salir los dos a dar un paseo. Estuvimos en el parque un buen rato y luego nos fuimos los dos de la mano hacía el pueblo pues yo tenía que comprar unas cosas y además le quería dejar un libro a Conxita, la propietaria de una tienda en donde venden prensa y otras cosas y que conocí el día anterior. Tu querías que te diera la mano y no me la soltabas, me ibas indicando que no bajara de la acera que me podía atropellar un coche, y empezaste a preguntar... Pasamos por delante de unos pintores que estaban barnizando las puertas de los parkings de unas viviendas y me preguntaste que por qué las pintaban. En un primer momento te di una explicación que un adulto como yo hubiera comprendido en seguida, pero tú seguías sin verlo claro y seguías preguntando... Yo hacía el gesto de seguir pero me di cuenta de que no te convencía la respuesta que te estaba dando, de que tu no querías marchar de allí hasta que lo vieras claro, de que tú querías saber por qué pintaban esas puertas... Entonces pensé que si realmente quería responderte tenía que ponerme a tu altura y sobre todo dedicar más parte de mi tiempo a ello, eso que los mayores siempre decimos que nos falta. Estoy seguro de que con mis hijos esto mismo me había pasado multitud de veces y no les había dedicado ese tiempo que te dediqué a ti. Después de veinte minutos, pareciendo ya que te quedaba claro seguimos nuestro paseo. Querido sobrino te doy las gracias por haberme enseñado algo, el pasado martes tú fuiste mi maestro, me enseñantes a saber que tengo que dedicar a cada persona que se cruce en mi camino el tiempo que ella necesite si realmante quiero ayudarle a saber el porque de las cosas que le pasan.
Javier, algún día leerás esta carta o seré yo el que te la lea personalmente, pero la verdadera intención con la que escribo es para que cuando me vuelva a pasar lo mismo con otro niño, y yo me dé cuenta con posterioridad de que no le he prestado la suficiente atención vuelva a ella, supongo que yo también me habría sentido así cuando fui pequeño como tú. Querido sobrinito, gracias por todo, seguiremos haciendo eso de ir los dos a pasear y es que quiero seguir aprendiendo de ti...
josé maría
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Hace 1 hora
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